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Tendencias (14 de enero de 2012)
PABLO no recuerda detalles. No se acuerda cuál fue el tema de conversación. De hecho, duda si hablaron de algo. Ni siquiera sabe la fecha exacta. A grandes rasgos, cuenta que esa tarde de 2008 llegó hasta la Escuela de Lenguaje Angeles, en la comuna de Providencia, porque Ena, su polola y profesora de ahí, le quería presentar a un niño. Le había hablado demasiado de él. De cómo pasó de ser un "cabro insoportable", a un niño con el que se había enganchado. Y más por la insistencia de ella que por propio convencimiento, Pablo esperaba en el patio a ver quién era ese mocoso que le robaba las conversaciones con Ena. Cuando ella llamó a Andrés, Pablo vio una cosa rechoncha de tres años, rapada casi al cero, que saltó temerariamente por una ventana y que no le dijo ni hola. Fue directo a abrazarlo.
El abrazo lo recuerda bien. Fue efusivo. Muy apretado. "Me descolocó. Fue una cuestión de piel", dice Pablo a cuentagotas. Pasados unos minutos, se subió a su camioneta y manejó de vuelta al trabajo. Seguía descolocado. La historia cuenta que casi tres años después de ese abrazo, ese niño rechoncho, como lo describe, se convirtió legalmente en su hijo. Pese a que la paternidad no estaba en sus planes inmediatos, dio la pelea por ese niño y se convirtió en el primer hombre soltero que adopta a un niño en Chile.
Pablo (40 años, arquitecto) no es el primer hombre soltero en Chile que pide adoptar a un niño. Pero es el primero que lo logra. El año pasado, 1.100 personas asistieron a las charlas informativas, primer paso en el proceso de adopción. Apenas ocho (0,72%) correspondían a hombres solteros. Las mujeres solteras tienen mayor presencia. De hecho nueve de ellas lograron adoptar en 2009, lo que correspondió a apenas un 2,1% del total de enlaces en el país. En 2010 llegaron a sólo a seis y el año pasado, a 12. "A mí me hicieron dos veces los exámenes sicológico y social, para elaborar mi informe. Me imagino que no es normal y, tal vez como soy soltero, querían probar si estaba realmente interesado en adoptar a Andrés", cuenta Pablo. De hecho, le repetían insistentemente si estaba seguro de tomar solo esa gran responsabilidad.
Días después de esa primera visita de Pablo, con Ena resolvieron ir a visitar a Andrés dos veces por semana. Cada miércoles y viernes, Pablo jugaba con él en el patio de la residencia del Sename donde vivía el niño. Por su trabajo, Ena iba sólo los viernes. Pasado un año, la pareja pidió autorización para sacarlo de la casa por un rato. Para la primera ocasión, eligieron el zoológico del cerro San Cristóbal. Fue una tarde estupenda, pero dejarlo de vuelta complicó la jornada. "El quedó llorando, pegándose cabezazos contra la pared. Los niños del hogar hacen mucho eso. Dejarlo así fue doloroso".
A sus tres años de entonces, Andrés había sumado más capítulos dolorosos de los que debería. Fue un niño prematuro. Su madre abusó del alcohol y las drogas estando embarazada. Pesó apenas un kilo y medio al nacer. Fue operado de un riñón siendo una guagua. Pasó internado por numerosos problemas respiratorios. Y tuvo secuelas. Según los informes médicos, Andrés tenía retraso en el desarrollo sicomotor. Le costó más aprender a hablar y a caminar. Pero nada que a Pablo le hiciera cambiar de opinión.
Andrés cumple años el 21 de enero. Poco antes de ese día, en 2010, Pablo y Ena tuvieron una breve conversación que se resumió en una frase: llegó el momento. "Cuando empecé a visitarlo no tenía una idea fija en la cabeza, pero sabía que íbamos a alguna parte. No me veía dejándolo ahí y siguiendo nuestra vida. Habría sido un daño tremendo para él. Y para nosotros", cuenta.
Pablo y Ena decidieron comenzar los trámites como pareja, pero al poco tiempo, Ena se bajó. La enfermedad de su único hermano la llevó a replegarse con su familia y se distanciaron. El proyecto para quedarse con Andrés parecía quedar en nada.
Sala de espera
Pablo tenía que decidir. Si dudaba mucho tiempo, Andrés podría ser llevado a otra casa del Sename, porque ya no estaba en edad para estar en esa residencia. Era como perderle la pista y todo el trabajo hecho. "Yo trataba de que Ena siguiera involucrada, pero llegó un punto en que tuve que seguir solo", dice. Así lo hizo.
"No me sentía en desventaja con los matrimonios que adoptan. Asumí que sería así. De hecho, tenía algunas ventajas. Con Andrés tenemos una afinidad que no iba a tener con nadie más. Y el primer año me estaba diciendo papá. Si en la residencia del Sename lo dejaban decirme papá, no creo que le hubieran presentado a otras familias. De alguna manera, me fueron dando a entender que Andrés era mío… y después me lo dijeron algunas tías", cuenta.
No sería tan fácil. La madre biológica apareció en escena. Al poco tiempo de que Pablo iniciara los trámites de adopción, la justicia la llamó por una revisión interna. "Si ella aceptaba verlo, podía echar todo el proceso a perder. Afortunadamente, no quiso. Fue un gran susto", cuenta. Sin embargo, ella no quiso verlo. Y cuando Andrés fue declarado susceptible de adopción, Pablo respiró aliviado.
La relación que establecieron Pablo y Andrés dejó atrás las preferencias de la ley de adopción. Rolando Melo, director nacional del Sename, lo deja claro: la prioridad recae en los matrimonios nacionales y, según la ley internacional, le siguen los matrimonios extranjeros. Luego, la lista corre, hasta llegar a los divorciados y los solteros. Pero Pablo empezó al revés: primero conoció a Andrés, se encariñó con él, decidió adoptarlo y empezó los trámites. Fue su papá dos años antes de que la jueza del Primer Juzgado de Familia firmara la sentencia.
Nueva familia
Los juguetes de Andrés están perfectamente apilados en una repisa de cuatro cubículos. En la parte de más arriba están los nueve peluches donde destacan dos Barneys. Al lado, los autos: Rayo Mcqueen, un Fórmula Uno, un carro de bomberos y otro lote más. Abajo, hay un zoológico completo de animales de goma. Y a su lado, los superhéroes. "Como es pillo, cuando empecé a llevarlo a mi casa los fines de semana se llevaba un juguete de la casa del Sename. Cuando lo iba a dejar, le decía que lo devolviera… pero él me decía que después. El intuía que esa sería su pieza definitiva. Ahora está llena de juguetes", cuenta.
En un pasillo de la casa hay un reloj que no da la hora, pero que, de fondo, tiene una foto de Pablo y Andrés. En el living hay sólo tres fotos. En la tres aparece Andrés. En una imagen está abrazando a Pablo. En otra, al lado de un Tyrone de cuerpo entero (personaje de la serie infantil Backyardigans). En la última, aparece con los papás de Pablo.
Andrés pasa estos días de calor en Villarrica, en la casa de sus abuelos. Fue el último en llegar a la familia, pero es el nieto mayor. Le siguen dos niñas. Pablo cuenta que se llevan bien con sus primas y que Andrés sigue a su abuelo donde vaya. Sus papás han jugado un papel clave, dice. Y, ahora sí, recuerda una conversación: "Ellos me dijeron que no se esperaban mi decisión, pero que estaban orgullosos. Están felices".
Sus papás llegaron a Santiago el 4 de octubre del año pasado, para acompañarlo en el juicio de adopción. Pablo tenía la guata apretada, pese a que desde hacía un año Andrés se iba todos los fines de semana a su casa. Se sentía papá desde hacía tiempo. Pero algo podía salir mal. "Yo pensaba que si no me lo entregaban, lo iba a seguir buscando. Tarde o temprano iba a cumplir 18 años y se iba a ir conmigo".
Nada salió mal ese día. Andrés hizo su parte: entró gateando a la sala y los hizo reír a todos. Para él también fue un trámite: le preguntaron si quería vivir con el que ya era su papá. "Estuvo solo con la jueza. Pero no fueron más de dos minutos". Después de eso, el Primer Tribunal de Familia le dio vida legal a la nueva familia. "Somos tal para cual. Era imposible que a alguien se le ocurriera separarnos".
Ese día hubo un asado en su casa. Algo simple porque era día de trabajo. Pero emotivo. Estaban sus papás, sus hermanos, algunos amigos y también llegó Ena.
Los apellidos
"Le pregunté a Ena si quería ser la mamá de Andrés y me respondió que sí", cuenta Pablo. Ellos están intentando recomponer la relación y ella se está involucrando cada vez más en esa tarea. En las próximas semanas, Andrés llevará los apellidos de él y de ella: Estrada Méndez. Mientras eso pasa, Pablo y Andrés siguen su rutina. En marzo empezará primero básico, en un colegio con un proyecto de integración en La Florida. Ahora que está de vacaciones, Andrés se levanta casi a las ocho de la mañana. Va a la pieza de Pablo y le pide ver monos en la tele. Pablo le dice que le diga buenos días primero. Andrés lo dice y pone Discovery kids.
Cuando a Andrés le preguntan por su papá, él dice que sólo trabaja y ve fútbol. Nada más. El ha tratado de hacerlo hincha de la "U". Además de un león de peluche, le tiene una bandera gigante en la pieza y lo ha llevado al estadio. Pero Andrés se aburre. Empieza a pasearse por sus piernas, se va a la escalera y va saludando uno a uno a los carabineros. "Hola tío", les dice. Es que hay partes de su pasado que Andrés no olvida. Como a sus amigos. Por eso, cuando los compañeros de colegio de Pablo le dieron una bienvenida y lo taparon a regalos, Andrés no se volvió loco con ellos. "Me dijo que estaba feliz porque había vuelto a tener amigos. Echaba de menos a los niños del hogar".
Pablo dice que le gustaría tener más hijos. De hecho, siempre pensó que tendría muchos hijos. Pero la paternidad se le dio de manera impensada. "Nos conocimos con Andrés nomás. Y ahora es mi hijo. Me tocó conocerlo en un lugar inesperado".
(El nombre del menor fue
cambiado a petición del papá)