Fuente: ABC (20 de enero de 2013)
«Cuando lo pusieron en mis brazos por primera
vez fue maravilloso. Tuve la certeza absoluta de que era mi hijo». La
que habla con esta seguridad y dulzura es Susana Ramos, una de las madres afectadas por el bloqueo de «kafalas» (adopción musulmana con ciertas restricciones) que mantiene Marruecos desde hace casi un año.
Hasta ese momento, en el país alauí, las
familias extranjeras podían acceder a la adopción de niños mediante un
proceso que resultaba más ágil que en otros países, pero bajo el
cumplimiento de una serie de estrictos requisitos: tenían que ser musulmanes, o convertirse en
caso de que no lo fueran, y respetar el nombre y apellidos del crío,
así como su nacionalidad y religión hasta la mayoría de edad. Además, el
juez de menores que concedía la «kafala» debía seguir los pasos del
niño a través de los consulados para dar fe de que las condiciones se
estaban cumpliendo, pero en la práctica esto no se llevaba a cabo.
En marzo de 2012, apenas cuatro meses después de que el Rey Mohamed VI nombrase primer ministro al islamista Abdelilah Benkirán, comenzaron a deternerse los procesos de adopción en Rabat.
Paralización de las «kafalas»
Un bloqueo que se extendió al resto del país el
pasado mes de septiembre, cuando el ministro de Justicia, Mustafá
Ramid, envió una circular a los fiscales para que paralizasen aquellas
«kafalas» de padres que no fuesen residentes en Marruecos. La principal
justificación que aduce es que, si los niños salen del país, es difícil hacer un seguimiento del menor.
La abogada Nadia Mouhir, que representa a un buen número de familias
adoptivas en Rabat, aseguró a Efe que Ramid ha sido influenciado por
«tres o cuatro» marroquíes residentes en España que le han contado por
carta o de viva voz que hay niños dados en «kafala» a los que se corta
el contacto con su país y que son incluso convertidos al cristianismo.
Susana es una de las afectadas por este cambio
en las reglas del juego, justo cuando ya tenía asignado a su hijo. Ahora
vive la angustia de sentirse madre y tener tan lejos a su retoño. Por
eso, junto a otras cuarenta familias en su misma situación, la mayoría
españolas, ha firmado una carta, que enviaron en diciembre al Rey
Mohamed VI, con copia para el Rey Juan Carlos de España, en la que piden
su intercesión para que se resuelvan los casos de niños que ya estaban
asignados. Susana conoció a su hijo hace un año, cuando contaba solo con
siete semanas. Desde entonces, ya ha realizado 22 viajes para visitar a su pequeño
en el centro de acogida donde vive. La última vez que lo vio fue estas
navidades. «Ya le habían salido los dos dientes pequeñitos de abajo»,
recuerda con ternura. A finales de enero, volverá a viajar a Marruecos
para encontrarse con él.
«Cada vez que voy a verlo, me acerco despacito y
él, en cuanto me ve, se empieza a reír a carcajada limpia. Nos reímos
los dos, hasta que me echa los brazos para que lo coja», cuenta
emocionada. Si el proceso hubiera seguido su curso normal, en agosto ya
hubieran estado los dos juntos en Madrid, donde ella trabaja y reside.
Susana entiende la preocupación de Marruecos por los niños que son
adoptados fuera del país, pero cree que es posible, mediante el diálogo,
llegar a un acuerdo para articular mecanismos de seguimiento del menor
que sean eficaces, ya sea a través de los consulados o de asociaciones
marroquíes en España. «Trabajemos conjuntamente para que esto, por los
intereses del menor, pueda resolverse», pide esta madre, que recuerda
que la condición de vivir en Marruecos no estaba establecida para
acceder a la «kafala» cuando ella y otras centenares de familias
afectadas la solicitaron.
Estos padres viven actualmente con una gran
tensión y angustia ante la incertidumbre de no saber si este conflicto
se resolverá felizmente. «Los niños legalmente no son nuestros hijos, pero es que nuestro sentimiento es totalmente maternal»,
asegura Susana, que añade: «Hay familias con hijos biológicos mayores y
dicen que el sentimiento es el mismo». De momento, no han recibido
respuesta a la carta, aunque tienen constancia de que se están
produciendo conversaciones entre España y Marruecos sobre este asunto.
Migración forzosa
Para Susana, desde hace meses, es como si la
vida se hubiera detenido. «Mantengo mi trabajo, pero las relaciones con
mis amigos y el ocio se han parado. Toda la energía la destino a
mantenerme firme y seguir adelante», explica. Se ha planteado incluso
irse a vivir a Marruecos. «Lo que me preocupa de una migración forzosa
es construir un entorno estable en otro país. Ahora soy una madre idónea
según los criterios españoles: con mi familia, mi trabajo, mis amigos,
mi estabilidad...¿Podría yo conseguir algo parecido allí?», se pregunta.
Pero aunque tuviese que poner su vida patas arriba, lo tiene claro: «Lo
último a lo que renunciaría sería a mi hijo».
Está claro que hay cosas que son difíciles de entender.
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