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lunes, 23 de enero de 2012

Flavia Tomaello, madre adoptiva y coautora de “Adopción, la construcción feliz de la paternidad” habla sobre la adopción

Fuente: Perfil.com (20 de enero de 2012)

Ilustración: Alexis Moyano“Si una mujer trabaja de 9 a 19 no tiene muchos deseos de ser madre”, dijo una psicóloga a cargo de los talleres para individuos interesados en iniciar trámites de adopción del RUAGA (Registro Unico de aspirantes a guarda con fines Adoptivos e la Ciudad de Buenos Aires).
Nos miramos entre nosotros, incrédulos.
¿Habíamos escuchado bien? ¿Esta profesional trabajará menos horas? ¿Será madre? ¿El ejercicio de su profesión no le habrá permitido desarrollar sus “deseos de maternidad”?
¿Los deseos de paternidad se miden por el tiempo que uno trabaja o no?
Los padres naturales que trabajan en esos horarios -o, aún más, considerando la realidad que nos circunda- ¿no quieren a sus hijos?

Adoptar niños es una acción compleja. Más allá de las cuestiones personales con las que un individuo o una pareja llega a esa instancia, el entorno impone una serie de mitos, creencias, legislación y “cargas” que determinan el modo en que se construye esa imagen. Como padre adoptivo -a diferencia del padre natural- tal estado se construye muy cercanamente al “qué dirán”. Influencias como las de configurar qué es o que no “tener deseos de ser padres”, es una variable que puede determinar para bien o para mal una manera de enfocar la senda de la adopción.
La experiencia por la que cada uno llega a la decisión de adoptar determina necesariamente el modo en que enfrentará ese camino. El modo en que se configurará como papá y con qué sentimientos vivirá el proceso.
Los especialistas coinciden en sostener que la paternidad (y la maternidad) es una construcción que se hace en conjunto con el niño. Si esto es realmente así, la alternativa de ser padres adoptivos debería ser una opción más natural de lo que se supone. La realidad de los padres que caminan los pasos de la adopción suelen llegar a la “ruta del fondo”, a ese sitio que representa la última esperanza de tener un hijo.
La senda que recorrimos mi pareja y yo fue larga. Atravesamos tempestades y playas soleadas. Momentos de duda extrema y de replanteos personales. Instancias de negación, fundamentalismos, creencias equivocadas, “seguir la corriente”, analizar experiencias ajenas, inspirarnos en la paternidad de los amigos… Asumimos miedos propios y de terceros, analizamos nuestra fortaleza como pareja y dudamos sobre el impacto que generaría en nuestro vínculo pasar de ser dos a ser tres o más. Por sobre todo, nos dimos tiempo para pensarlo y pensarnos. Tanta ruta previa recorrida nos ayudó a tener respuesta para casi todas las dudas. Saber qué pensábamos de cada tema. Ayudó a poder ignorar comentarios tan improductivos como el del inicio y que no nos hicieran mella en absoluto.
La adopción es una especie de “cuco” donde se tejen numerosos mitos. Algunos vinculados a las dificultades de lograrlo. Otros en torno al “fracaso” del proceso natural de tener hijos. Unos más asociados a la apropiación ilegal de menores y el tráfico de personas. Miedos reales e infundados nutren la cabeza de posibles padres que se animan como en una cruzada, o se dejan vencer como en una batalla. Esos extremos encontramos en nuestro camino de adopción.
¿Padres adoptivos tristes?
El primer paso que un prospecto de adoptante debe dar en la mayoría de las situaciones en tomar contacto con la entidad en la que deberá hacer los trámites. Allí, cabezas ladeadas, sonrisas amplias y mirada de “pobrecitos” en ojos húmedos, casi humorística, como la cara del Gato con Botas que tan bien grafica el film infantil Shrek. Los posibles adoptantes serán siempre recibidos con un halo de compasión. Todos suponen que llegan con frustraciones previas, que ese es algo así como su última oportunidad de ser papás o, casi como un opuesto, son futuros santos a ser canonizados en breve por haber tomado tal decisión redimitoria de cualquier otro mal que puedan haber hecho. No es para reírse, no es una caricatura. Uno no es ninguna maravilla porque adopte. Sólo adopta. Es como decidirse a tener un hijo biológico. Decidís ser papá. Basta. No hay mucho más que admirar.
La lectura social de la situación de adoptante coincide con la construcción de paternidad que los posibles papás asumen. La sociedad determina que no ser padre biológico (cuestión que no siempre resulta de un problema médico) es un fracaso de la especie. El “creced y multiplicaos” parece estar fijado a fuego en el ADN psicológico colectivo e individual. Pero desde el enunciado de esa frase a hoy, han pasado muchas cosas. Y, en paralelo, los dichos bíblicos tienden a ser inspiradores, no literales. De modo que “multiplicaos” también incluye a la supervivencia de los nacidos, sean de uno o no.
La pareja (o el individuo) que decide adoptar, que tiene su historia, su recorrido, su dinámica y sus causas no siempre biológicas, recibe a diario una presión psicológica extrema de parte de la sociedad que espera su descendencia.
Es momento de preguntarse qué deseamos realmente, cuáles son los caminos posibles para ello, calcularnos y ver qué suponemos mejor para cada uno de nosotros, necesitamos aceptar nuevas maneras de construir una familia y de llegar a ello. El desafío es preguntarse cómo lograr que la adopción sea una decisión auténtica, mediatizada por el deseo y no tomada “de última” y para ello se requiere un proceso emocional para el que -tal vez- sea bueno pedir ayuda, contar con un espacio para ser acompañado.
¿La adopción es la última instancia cuando ya nada más queda? La ausencia de apoyo psicológico a las parejas que inician un camino de búsqueda fuera de lo natural es casi una constante. Se movilizan tantas variables entre las propias expectativas, las de la pareja, los miedos, las demandas de las familias y de la sociedad para “encajar en el modelo”, los egos y el deseo de perpetuación son unas pocas de las que se exhiben en el proceso. En la senda hay historias de excesos penosos de convertirse en padres “a toda costa” y también caminos de frustración extremos que deterioran la calidad de vida de una pareja (y de individuos) que en tanto buscan ser padres, se les pasan años juntos.
¿Tener un hijo es llevarlo dentro? ¿Ser papás es embarazarse? ¿Hay algo de realización frustrada cuando no hay panza?

Cansados estamos de oír versiones en torno a que “madre es la que lo cría”, que “tener un hijo lo tiene cualquiera” y definiciones por el estilo… entonces, ¿por qué no funciona al revés? ¿Por qué para las mamás esto no es “tan cierto”? ¿La panza tiene que ver con el ego? ¿”Dar la vida” es un condicionante tan fuerte? ¿Necesitamos “ser dueños y creadores” de ese nuevo ser? ¿Se requiere desplazar mucho el “yo” para adoptar?
Cuando se asume que “la felicidad más grande” o “la realización personal” corre de la mano de ser padres y que si se llega a la adopción es porque se frustraron otros caminos, no cabe más que la resignación y la pena… Pero hay tantos caminos que se recorren para tomar estas decisiones, que deberíamos construir padres capaces de afrontar todas las instancias de serlo de manera feliz. Feliz en el proceso, no felices sólo del objetivo.
Flavia Tomaello es coautora de “Adopción, la construcción feliz de la paternidad”, Editorial Paidós.

domingo, 1 de enero de 2012

Libro: "Ser Madre, Saberse Madre, Sentirse Madre" de Pepa Goicoechea


SER MADRE, SABERSE MADRE, SENTIRSE MADRE Ser Madre, Sentirse Madre, Saberse Madre
Pepa Goicoechea

ISBN: 9788433024664
Colección: APRENDER A SER
Edición:
Páginas: 120
Formato: 15x21 cm
Encuadernación: Rústica
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Precio sin IVA: 8,65 €
Precio con IVA: 9,00 €
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Aquellos a quienes elegimos como hijos configuran nuestra alma. Yo elegí tener a mi hijo José y él me ha enseñado a mirar la vida y a mí misma a través de sus ojos. Este libro recoge esa mirada y todas esas cosas que me hubiera gustado que alguien me contara, primero, sobre lo que significa ser madre y luego, sobre ser madre adoptiva. Cosas que casi nunca se dicen y yo eché de menos.

...Nadie me dijo que llevaba tiempo saberse madre, llevaba tiempo, horas, minutos, tardes de parque, lavadoras, purés y peluches llegar a saberse madre. Ni que ese tiempo adquiría otra dimensión, que entras en un tiempo que no es el tuyo, porque el tuyo murió y el nuestro aún no ha llegado. Ni que habría momentos en que deseabas parar el tiempo, y otros que pasara tan deprisa que no pudieras ni vivirlo

(...)Pero, sobre todo, no sabía que llegaría un momento donde las fronteras de mi ser no estarían en mi piel sino en la suya, en el que miraría mi vida a través de sus ojos, y la vería cargada de otros colores, de otros brillos y otras penumbras. No sabía que yo también nacería de nuevo...

Soy psicóloga infantil, y estaba acostumbrada a trabajar con familias. Ahora soy madre. Mi hijo José y yo somos, como dice él, una familia de dos y muchos más. Este libro recoge nuestra historia. Pero mi testimonio en este libro no es sólo como madre ni sólo como profesional. Estas páginas pretenden ser mi voz, una única voz, porque ya no puedo separar la madre y la profesional. Ni puedo ni quiero.

Escribe Rosa Regás en su prólogo al libro:

“…La verdadera libertad, la de luchar por ser quienes queremos ser, compartir la vida con quien queremos compartirla y crear un vínculo de profundo amor con un ser nacido de nuestra propia elección, creado y amado por el efecto de nuestra conciencia y de nuestra voluntad. Sólo por esto ya somos mejores nosotros y, en buena parte, el mundo que nos toca vivir. Transmitir esos descubrimientos y esas vivencias es colaborar de la mejor manera posible al desarrollo de las facultades que tenemos a nuestro alcance para mejorar el bien de todos, es pasar de lo particular a lo general, del egoísmo a la generosidad.

Así es este libro que tengo el honor de prologar: la lucha por un mundo mejor a partir del conocimiento de lo que nos ocurre. Un ejemplo definitivo de compromiso social y familiar, utilizando para ello valores tan positivos como la conciencia, el pensamiento, el sentimiento, el amor, todos al servicio de la libertad.”  

lunes, 19 de diciembre de 2011

Los padres adoptantes hablan sobre la espera

Fuente: ElMundo (2 de diciembre de 2011)

Cristina, junto a su hija Tari. | EL MUNDO"Ha sido como un embarazo, no de nueve meses sino de ocho años". Hoy, por fin, Inma vive con su pequeña, Hinojal. Hace tan sólo tres meses se fue con su marido a China y volvieron con su regalo: un miembro más en la familia. Era la última parte de un proceso de adopción, que, en un principio iba a durar unos 10 meses y al final transcurrieron "ocho largos y durísimos años". En todo este tiempo, "pensaba y me preocupaba por ella. Me preguntaba si ya habría nacido, si estaba sana, si habría dormido bien, quién la estaría cuidando...".

La incertidumbre se convierte en un fiel acompañante tanto de la madre adoptiva como de la que se queda embarazada, que se cuestiona casi desde el primer día "si su bebé estará bien, le inquieta lo que puede o no hacer (para no dañarle) y está muy pendiente de todas y cada una de las pruebas que le indican si algo va mal". Las dos viven una etapa llena de dudas y miedos centrados en el bienestar del que será su hijo. 
El problema es que en la adopción estos sentimientos perduran muchos años. Según los expertos, cuantos más años pasan hasta que se consigue que el hijo adoptivo llegue al hogar mayor es la probabilidad de que los padres sufran ansiedad y estrés. Inma y Cristina son la cara y la cruz de este proceso. La primera ha tenido que 'cargar' con ocho años de espera hasta poder ver la cara de su hija y Cristina puede contar la parte más positiva del tiempo previo a la nueva maternidad.
Un estudio publicado en la revista 'Psicothema' asegura que aunque la mayoría de las familias pasan este periodo con ilusión, también reconocen sentirse nerviosas, ansiosas y a veces incluso les da la sensación de que la espera es inútil e injusta. A media que pasan los meses, tal y como recoge el artículo, "se encuentran más desilusionadas, tristes, peor informadas y más angustiadas".
Inma lo ha vivido en sus propias carnes no una sino dos veces. Hinojal no es su única hija. Es la tercera. La primera, Verónica, también fue adoptada (de Perú) y la segunda (María) la tuvo por vía natural con su marido. "Siempre había pensado que mi primera maternidad iba a ser adoptando. Sabía hasta el nombre: Verónica, en honor a mi tía abuela. Nos criamos con ella y era maravillosa", recuerda. Lo tenía tan claro que el mismo día que aprobó las oposiciones para entrar a trabajar en el Ministerio de Fomento fue a pedir una solicitud de adopción a la Comunidad de Madrid.
Por aquel entonces, estaba soltera y no tenía pareja. "Fue un proceso muy duro a nivel personal. Te hacen muchas preguntas, sobre todo si no estás casada. A veces tienes la sensación de que no quieren que adoptes. Nos analizan con detalle en el aspecto económico y psicosocial". En total, estuvo esperando a Verónica seis años.
Al principio, estuvo más 'entretenida' con todo el papeleo que conlleva. Hay que rellenar una solicitud oficial, presentar numerosos informes (certificado médico, de penales, la partida de nacimiento, la situación laboral, las nóminas, declaraciones de la renta, etc.), superar varias entrevistas con un psicólogo y un trabajador social y, si finalmente se obtiene el certificado de idoneidad, dependiendo del país que se trate, es posible que se exijan más pruebas u otros requisitos añadidos.
Montse Lapastora es psicóloga y directora del centro Psicoveritas. Aparte de su empresa, se dedica a hacer informes de idoneidad para la Comunidad de Madrid. "Últimamente se alargan mucho los tiempos de adopción y esto causa mucha ansiedad. Uno piensa que serán dos años y de repente son más. En algunos casos, la idoneidad caduca y tienen que volver a empezar con la burocracia. Hay personas a las que incluso se les pasa la edad de adopción. Es un proceso muy desesperante".
Cuando te dan el certificado de idoneidad, parece que el tiempo se ralentiza aún más. Tanto con Verónica como con Hinojal, los años pasaron muy despacio, a la espera de una llamada que confirmara que por fin había llegado el momento. Como explica Inma, "fueron años de desesperanza, pesares y desasosiegos", a los que se iban sumando otras dificultades, a nivel familiar y de amigos. Pero "mis hijas preguntaban ilusionadas cuándo vendría Hinojal". Aunque "parecía que no llegaba el día porque la espera se iba alargando y además yo tenía miedo de que ya no me renovaran más el certificado de idoneidad, al final sonó el teléfono y "nos dieron la buena noticia".

El apoyo, fundamental

La reacción de las personas que van a adoptar varía. Hay quienes "se paralizan a la espera de la ansiada llamada y otras deciden seguir con sus vidas", comenta la psicóloga Lapastora. Es el caso de Cristina. "Después de haber salido de una relación larga, empecé a plantearme la idea de la adopción. Tenía clarísimo que quería ser madre y de todas las opciones que había, ésta era la que más me atraía". Su hermana había adoptado una niña China y eso le animaba. Tardó tres años y medio en conocer a su hija, Tarikua (Tari), de Etiopía. "Era uno de los países donde permitían adoptar a personas solteras".
"Es verdad que hay muchos procesos dentro de la adopción, pero en un curso de la Comunidad de Madrid nos aconsejaron ir pensando sólo en el siguiente paso (la solicitud, la recopilación de documentos e informes, la primera entrevista, etc.) y yo me 'agarré' a eso". Cristina fue pasando por las distintas entrevistas. "El trabajador social vino a casa para valorar la zona, la cercanía a guarderías, etc. y el psicólogo te ponía en posibles situaciones para ver cómo reaccionas". Una vez que le concedieron el certificado de idoneidad "la espera sí se le hizo más larga", reconoce.
"Suele haber muchos rumores. A mitad del proceso se dijo que iban a cerrar la adopción a gente soltera en Etiopía. Pensaba que después de un año y medio tendría que empezar de cero". Por suerte, la Entidad Colaboradora para la Adopción Internacional (ICAI -son asociaciones o fundaciones sin ánimo de lucro que intervienen como mediadoras en el procedimiento de adopción internacional) "con la que yo estaba enseguida nos reunió y nos explicó que no nos afectaba a las personas que ya estábamos metidas en el proceso". Además, nos preparaban reuniones cada seis meses con una psicóloga para que pudiéramos resolver dudas, exteriorizar nervios, compartir experiencias, etc. "Era un desahogo, nos animaban a informarnos sobre el país de origen, nos ayudaban a imaginar el encuentro sin miedos y nos hablaban de cómo sería la posadopción. Me sentí muy arropada".
"Yo adopté porque me apetecía, pero estaba feliz con mi vida, así que continué los consejos y seguí disfrutando de ella. Me dijeron que me lo planteara como una ilusión de futuro, que no me angustiase y que aprovechara este tiempo. Fui a restaurantes de comida etíope, me informé sobre el país; yo, que nunca había hecho ejercicio, quería prepararme un poco físicamente y empecé a correr e ir a la piscina, etc.". Así hasta que recibió la llamada y entonces viajó a Etiopía. Allí se celebró un juicio por si algún familiar le reclamaba y otro para confirmar que Cristina se hacía cargo de la pequeña. "Fueron dos meses un poco duros".
Hace un año que vive con Tari y las dos están encantadas. "Me ayudaron mucho las charlas previas en las que nos explicaban que la posadopción no es tan bonita como cuando vemos a Angelina Jolie en las revistas"... Hay momentos muy complicados, las dificultades del idioma, la incorporación en el colegio, posibles problemas de conducta, "los padres tienen que entender que van a tener el hijo de otra persona, hay que comprender que viene con carga emocional y dificultades que hay que reconducir", puntualiza la psicóloga.
Al final, los años de espera se 'guardan' en un cajón y se abre el de la nueva vida en familia. "Tari (que ahora tiene 21 meses) es muy alegre y simpática. Desde que se levanta me da vida cada día. Compartimos muchas cosas juntas y, por su puesto, también su pasado, su origen. De vez en cuando vemos un vídeo que le grabé con su cuidadora cuando fui a Etiopía y, aunque aún no lo entiende bien, se emociona".

domingo, 2 de octubre de 2011

La pesadilla de adoptar en el Reino Unido

Estos días la prensa británica se hace eco de la vergonzosamente baja cifra de niños adoptados durante este año en su sistema de adopción nacional. En lo que va de año sólo 60 niños han encontrado una familia adoptiva. El bajo número de adopciones no se debe, como sería deseable, a que haya menos niños que necesiten una familia, sino al hecho de cada vez hay menos familias británicas dispuestas a pasar por el calvario de los estudios psico-sociales a los que les someten los trabajadores sociales de ese país antes de poder convertirse en padres adoptivos. Anne Marie Carrie, de la agencia de adopción Barnado, comenta que estos estudios son tan exhaustivos y puntillosos que la mayoría de los padres biológicos, si fueran sometidos a ellos, no podrían adoptar a sus propios hijos. 

Esto me recuerda lo mal que lo han pasado también muchas familias españolas durante el proceso de realización del certificado de idoneidad. Cuantas veces, nos hemos sentido cómo si nos tuvieramos que defender de crímenes no cometidos sólo por querer adoptar y formar una familia..., cuántas veces esas entrevistas han rozado en lo no-ético, inmiscuyéndose en aspectos tan íntimos de una pareja o familia que además en ningún caso sirven para probar la valía de unas personas como padres... 
Estoy de acuerdo en que hay que asegurarse de que las familias adoptivas son idóneas, pero creo que habría que hacerlo presuponiendo la buena voluntad y los buenos deseos de esas personas, no lo contrario. Nadie debería tener que ir a una entrevista de idoneidad con miedo o a la defensiva, y sin embargo..., cuántas veces es ésto lo que ocurre...

Algunos enlaces a webs de periódicos británicos que recogen esta noticia: 



lunes, 26 de septiembre de 2011

No sé por qué me he emocionado...

... al leer esta noticia, pero se me ha puesto la carne de gallina. Supongo que será porque resume una historia de adopción con final feliz. Porque a veces me preocupa el futuro de mi hija, de raza asiática, en una sociedad blanca, y esta historia me demuestra que es posible la integración, que es posible que su raza no le limite, que es posible que llegue a ser lo que ella desee, sin importar sus orígenes o su apariencia física. Porque hay veces que dudo de todo ésto y me aterra pensar que mi hija se tenga que enfrentar en el futuro a situaciones de racismo, de exclusión o marginación..., por eso, cuando he leído esta historia, casi se me saltan las lágrimas.

Para los que no entiendan el inglés, un breve resumen en castellano:

Un ciudadano francés de origen coreano ocupará un escaño en el Senado francés desde las elecciones de este domingo, siendo así el primer francés de origen asiático que llega a la cumbre de la política francesa. 
Jean-Vincent Place, de 43 años, fue adoptado por una familia francesa en los años 70. Nació en Seúl, en 1968 y fue adoptado por un abogado francés y su mujer a la edad de 7 años. Dos años más tarde obtuvo la nacionalidad francesa. Se licenció en Económicas y comenzó su carrera profesional como auditor financiero. Llegó a la política en 1993, e ingresó en el Partido Verde en 2001.
Hace sólo un mes, Place se vió envuelto en una controversia racista cuando Alain Marleix, un abogado de la Unión conservadora del Presidente francés Nicolás Sarkozy, le acusó de ser un ciudadano coreano y le advirtió que pagaría un precio por ello.

Fuente: malaysiandigest.com (26 de septiembre de 2011)

viernes, 21 de enero de 2011

NIÑO REAL, NIÑO IMAGINARIO

La revista Niños de Hoy (nº44) publica un interesante artículo sobre la realidad de las adopciones, el shock que muchas veces produce en los padres adoptivos la convivencia con un niño real al que durante tantos años de espera habían llegado a idealizar. El pdf. del artículo se puede descargar clicando en la imagen:


miércoles, 4 de febrero de 2009

La otra madre

Si hay algo que me preocupa sobre manera es que mi
hijo, adoptado en China, lo tendrá muy difícil, si no imposible, para encontrar a su familia biológica en caso de que desee hacerlo en el futuro. Por eso me emociona leer relatos como el de Stephanie Milla, madre adoptiva de una niña etíope que ha tenido la fortuna de poder conocer a la madre biológica de su hija.
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