miércoles, 4 de febrero de 2009

La importancia de un nombre

Cuando adopté a mi hijo, decidí conservar su nombre chino, aunque en el fondo me parecía un poco absurdo ya que por lo general los nombres de los niños adoptados en China no les fueron dados por sus padres biológicos sino por algún funcionario o por el propio director del orfanato en el que les cuidaron hasta el momento de la adopción. Recuerdo incluso que durante los cursillos de pre-adopción, la ECAI a través de la cual viajé a China, puso bastante énfasis en la "falsedad" de los nombres de las niñas. "Falsos" en el sentido de que no son los nombres, ni los apellidos de las familias biológicas. Recuerdo también que, durante los debates que surgían en los cursillos de pre-adopción, había familias a favor de no conservar los nombres chinos de sus hijas y que argumentaban que sus hijas iban a ser y "sentirse" españolas a todos los efectos y por lo tanto, no tenía sentido mantener sus nombres originales, especialmente si la niña era aún un bebé sin recuerdos. Recuerdo haberme sentido incluso partidaria de esta forma de pensar en algún momento del proceso de adopción. Finalmente, mantuve el nombre chino de mi hijo sin saber muy bien porqué. El hecho de conservarlo fue debido más a una intuición que a una decisión. Después de leer las reflexiones de Jin In, americana de origen coreano, que ya de adulta ha podido reencontrarse con su familia biológica, sobre lo que significa para ella su nombre anterior a la adopción, creo que hice lo correcto. Su artículo se titula "Renaming as cultural eraser" y nos ofrece la perspectiva de una adoptada adulta sobre este tema:

Gracias a Dios que mis padres tuvieron la cabeza en su sitio y no decidieron cambiar mi nombre por otro como "Pax" o "Zahara" o "Maddox" cuando me adoptaron, porque si lo hubieran hecho, estoy segura de que hoy en día no nos hablaríamos.

No voy a dar rodeos elocuentes: creo sinceramente que es una lástima que se vea como algo normal or natural que se cambien los nombres de los niños cuando son adoptados.

No les guardo rencor a mis padres por haber tomado esa decisión. Lo que quiero decir es que siento necesario defender profundamente la importancia y el peso cultural de los nombres originales de los niños dados en adopción.

Gracias a la recientemente ampliada familia Bennetton de Angelina Jolie, en la actualidad hay un debate abierto y lleno de cinismo sobre lo vergonzoso que es cambiarle el nombre a un niño que tiene ya 3 años de vida...

...mientras que el nombre de un bebé, por el contrario, parece algo insignificante debido al mito de que los bebés llegan a las familias adoptivas como un lienzo en blanco.

¡Eso es absurdo!

Los niños no son ponis ni muñecas de feria. Ningún nombre de ningún niño es un nombre desechable, da igual quién se lo pusiera.

Los niños adoptados con nombres puestos por sus padres biológicos se merecen poder conservar esa pieza de su patrimonio vital, ya que es una de las pocas partes de su vida pre-adoptiva que pueden reclamar como propia, real, auténtica y verdadera.

Los adoptados como yo, cuyos nombres les fueron adjudicados por trabajadores sociales, enfermeras o personal del orfanato donde vivieron, pueden darse cuenta de que aunque esos nombres no son parte de la historia de su nacimiento ni representan lazos sanguineos con sus familias biológicas, sí que representan una parte esencial de sus historias legítimas.

Por supuesto que puede haber adoptados que no estén de acuerdo, que tengan sentimientos ambivalentes o se sientan menos vinculados a sus identidades pre-adoptivas, tal y como yo me he sentido también en otras etapas de mi vida. Pero para mí, hoy, Ji In, aunque no sea el nombre que me dieron mis padres biológicos, es la parte más real de mi patrimonio cultural coreano que puedo aspirar a poseer.

Ese nombre me recuerda que soy quien soy hoy en día como consecuencia de las decisiones que otros han tomado por mí. Representa las injusticias sufridas por mi madre coreana y muchas, muchas otras como ella -a quien quitaron la libertad y la oportunidad de darme un nombre que me conectara con ella y con mis hermanas. El hecho de que mi nombre coreano sea tan diferente del de mis tres hermanas coreanas, cuyos nombres encajan juntos igual que una armonía en un coro, es una cicatriz que llevo en mis carnes con un profundo sentimiento de pérdida. Nuestros nombres no se corresponden, pero sabemos porqué.

Despreciar mi nombre coreano diciendo que es menos importante que un nombre de nacimiento o menos significativo que el nombre que me dieron mis padres adoptivos, sería lo mismo que admitir que es aceptable borrar una parte de la vida de una persona adoptada o de la mía misma.

Y eso es verdadera y genuinamente algo A-B-S-U-R-D-O.

Me tiene sin cuidado si el trabajador social que eligió mi nombre lo hizo consultando una carta astral, se estiró y lo arrancó del mismo cielo, se inspiró al ver los lunares que tengo en el hombro izquierdo, o cerró los ojos y puso su dedo sobre un nombre del listín telefónico. Alguien en Corea me dió ese nombre. Y lo perdí durante 30 años.

Mi nombre coreano es una parte muy real de lo que soy. Ya no lo rechazo ni lo oculto. Apreciaré toda la información que pueda conseguir sobre mi vida, porque una parte muy grande de ella ha sido borrada.

Fotografía de Cuban1963 (Flickr)





La otra madre

Si hay algo que me preocupa sobre manera es que mi
hijo, adoptado en China, lo tendrá muy difícil, si no imposible, para encontrar a su familia biológica en caso de que desee hacerlo en el futuro. Por eso me emociona leer relatos como el de Stephanie Milla, madre adoptiva de una niña etíope que ha tenido la fortuna de poder conocer a la madre biológica de su hija.

martes, 3 de febrero de 2009

23 pensamientos de una niña adoptada

En su blog Heart, Mind and Seoul, Li Kim, una americana adoptada de origen koreano, ofrece una lista de 23 reflexiones y pensamientos que se paseaban por su cabeza cuando era una niña y que todo padre adoptivo debería tener en cuenta:

1. Muchas veces me avergoncé de la cultura de mi país de origen porque era profundamente diferente de la de mi familia y mis amigos. Quizás demasiado a menudo mis orígenes sirvieron de interminables fuentes de bromas y ridiculización tanto por parte de extraños, como de mis propios compañeros de clase.

2. A pesar del amor incondicional de mis padres adoptivos, no podía evitar sentir que yo fuí para ellos su última oportunidad de convertirse en padres.

3. Expresiones como "Gracias a Dios que existe la adopción" o " Bien, por lo menos hay muchos niños abandonados en el mundo para adoptar si no logramos tener hijos por nuestros propios medios" sólo servían para reforzar mi creencia de que la adopción es realmente, para una gran mayoría de parejas, el último recurso para crear una familia.

4. Una de las cosas que más agradecía en mi infancia era no tener una hermana que fuera hija biológica de mis padres. El mero hecho de pensar en tener que compararme o compartir a mis padres con una hermana que fuera su hija "de verdad" me resultaba insoportable. Se r la mayor y la única chica en mi familia me servía para decirme a mí misma que era especial, aunque no siempre me lo creyera.

5. En lugar de escuchar tantas veces la frase "Qué suerte tienes de que te adoptaran", me habría gustado oír al menos una vez algo como "A veces tiene que resultar duro ser adoptada, ¿no?"

6. Recuerdo que la insaciable necesidad de ser perfecta era una forma de hacerme sentir más valiosa y, por lo tanto, reducir las posibilidades de ser abandonada de nuevo.

7. Igualmente, la insaciable necesidad de controlar todo lo que me rodeaba era una forma de sentirme sana y salva durante una época en la que me sentía una persona de usar y tirar.

8. Mi mente llegó a entender porque mi madre Koreana me tuvo que abandonar, pero mi corazón no.

9. Cuando me decían que "(mi madre biológica) me quería tanto que renunció a mí para poder darme una vida mejor", yo sólo sentía un terrible miedo de que mis padres adoptivos me llegasen a querer de esa forma tan intensa.

10. En lo más profundo de mi pensamiento, me preguntaba si alguna vez sería lo suficientemente buena en algo. Después de todo, fuí abandonada siendo un bebé: ¿por qué abandonaría alguién a su bebé a no ser que fuese malo e indeseado?

11. Soñaba con volver a Korea para ser capaz de "encajar" entre la gente de mi edad. Habría dado cualquier cosa por ser al menos por una vez una chica popular, guapa y "normal", en lugar de ser la chica cuya mera apariencia física despertaba tantas preguntas y suposiciones indeseadas.

12. A menudo imaginaba formas de parecer más occidental para no sentirme un monstruo.

13. Me preguntaba cómo se sentiría una siendo la hija por la que alguien hubiera luchado con todas sus fuerzas, en lugar de ser la hija cuyos padres Koreanos no quisieron y la hija con la que mis padres adoptivos tuvieron que conformarse.

14. Me sentía increíblemente culpable cada vez que me sentía triste o mal sobre mi adopción. Era mucho mejor guardame todo mi dolor para mí misma que herir a mis padres contándoselo, esos padres que yo sabía que me querían y adoraban más que a sus propias vidas.

15. Me acostumbré a darle la vuelta a mi historia de adopción para poder sobrevivir.

16. Me resultaba imposible enfadarme u odiar a mis padres Koreanos por haberme abandonado y, sin embargo, también me resultaba imposible perdonarme a mí misma por haber sido abandonada.

17. Llegué a un punto en el que mi mente realmente se creyó todo lo que yo misma decía sobre no tener ningún tipo de sentimientos ni de repercusiones por el hecho de ser adoptada, incluso cuando mi corazón y mi cuerpo se sentían marcadamente diferentes por ese hecho.

18. El cuerpo nunca miente por mucho que le pidas que finja.

19. Mis rabietas, pataletas y golpes de ira eran mi forma de intentar deciros: "Tengo un profundo dolor en mi interior y más que nada en el mundo me da miedo que algún día me abandonéis".

20. El amor, por muy profundo y abundante que sea, nunca puede borrar el pasado.

21. A pesar de todo, sabía que superaría todo ésto.

22. Había querido y había sido querida y esperaba que algún día mereciera realmente esa emoción.

23. Deseaba que lo que otros veían de bueno en mí, algún día fuera evidente también para mí misma. Y que ojalá, con la ayuda de Dios, aprendiera a quererme y a perdonarme de verdad.

Fotografía de Watchsmart (Flickr)
Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...