Cuando adopté a mi hijo, decidí conservar su nombre chino, aunque en el fondo me parecía un poco absurdo ya que por lo general los nombres de los niños adoptados en China no les fueron dados por sus padres biológicos sino por algún funcionario o por el propio director del orfanato en el que les cuidaron hasta el momento de la adopción. Recuerdo incluso que durante los cursillos de pre-adopción, la ECAI a través de la cual viajé a China, puso bastante énfasis en la "falsedad" de los nombres de las niñas. "Falsos" en el sentido de que no son los nombres, ni los apellidos de las familias biológicas. Recuerdo también que, durante los debates que surgían en los cursillos de pre-adopción, había familias a favor de no conservar los nombres chinos de sus hijas y que argumentaban que sus hijas iban a ser y "sentirse" españolas a todos los efectos y por lo tanto, no tenía sentido mantener sus nombres originales, especialmente si la niña era aún un bebé sin recuerdos. Recuerdo haberme sentido incluso partidaria de esta forma de pensar en algún momento del proceso de adopción. Finalmente, mantuve el nombre chino de mi hijo sin saber muy bien porqué. El hecho de conservarlo fue debido más a una intuición que a una decisión. Después de leer las reflexiones de Jin In, americana de origen coreano, que ya de adulta ha podido reencontrarse con su familia biológica, sobre lo que significa para ella su nombre anterior a la adopción, creo que hice lo correcto. Su artículo se titula "Renaming as cultural eraser" y nos ofrece la perspectiva de una adoptada adulta sobre este tema:
Gracias a Dios que mis padres tuvieron la cabeza en su sitio y no decidieron cambiar mi nombre por otro como "Pax" o "Zahara" o "Maddox" cuando me adoptaron, porque si lo hubieran hecho, estoy segura de que hoy en día no nos hablaríamos.
No voy a dar rodeos elocuentes: creo sinceramente que es una lástima que se vea como algo normal or natural que se cambien los nombres de los niños cuando son adoptados.
No les guardo rencor a mis padres por haber tomado esa decisión. Lo que quiero decir es que siento necesario defender profundamente la importancia y el peso cultural de los nombres originales de los niños dados en adopción.
Gracias a la recientemente ampliada familia Bennetton de Angelina Jolie, en la actualidad hay un debate abierto y lleno de cinismo sobre lo vergonzoso que es cambiarle el nombre a un niño que tiene ya 3 años de vida...
...mientras que el nombre de un bebé, por el contrario, parece algo insignificante debido al mito de que los bebés llegan a las familias adoptivas como un lienzo en blanco.
¡Eso es absurdo!
Los niños no son ponis ni muñecas de feria. Ningún nombre de ningún niño es un nombre desechable, da igual quién se lo pusiera.
Los niños adoptados con nombres puestos por sus padres biológicos se merecen poder conservar esa pieza de su patrimonio vital, ya que es una de las pocas partes de su vida pre-adoptiva que pueden reclamar como propia, real, auténtica y verdadera.
Los adoptados como yo, cuyos nombres les fueron adjudicados por trabajadores sociales, enfermeras o personal del orfanato donde vivieron, pueden darse cuenta de que aunque esos nombres no son parte de la historia de su nacimiento ni representan lazos sanguineos con sus familias biológicas, sí que representan una parte esencial de sus historias legítimas.
Por supuesto que puede haber adoptados que no estén de acuerdo, que tengan sentimientos ambivalentes o se sientan menos vinculados a sus identidades pre-adoptivas, tal y como yo me he sentido también en otras etapas de mi vida. Pero para mí, hoy, Ji In, aunque no sea el nombre que me dieron mis padres biológicos, es la parte más real de mi patrimonio cultural coreano que puedo aspirar a poseer.
Ese nombre me recuerda que soy quien soy hoy en día como consecuencia de las decisiones que otros han tomado por mí. Representa las injusticias sufridas por mi madre coreana y muchas, muchas otras como ella -a quien quitaron la libertad y la oportunidad de darme un nombre que me conectara con ella y con mis hermanas. El hecho de que mi nombre coreano sea tan diferente del de mis tres hermanas coreanas, cuyos nombres encajan juntos igual que una armonía en un coro, es una cicatriz que llevo en mis carnes con un profundo sentimiento de pérdida. Nuestros nombres no se corresponden, pero sabemos porqué.
Despreciar mi nombre coreano diciendo que es menos importante que un nombre de nacimiento o menos significativo que el nombre que me dieron mis padres adoptivos, sería lo mismo que admitir que es aceptable borrar una parte de la vida de una persona adoptada o de la mía misma.
Y eso es verdadera y genuinamente algo A-B-S-U-R-D-O.
Me tiene sin cuidado si el trabajador social que eligió mi nombre lo hizo consultando una carta astral, se estiró y lo arrancó del mismo cielo, se inspiró al ver los lunares que tengo en el hombro izquierdo, o cerró los ojos y puso su dedo sobre un nombre del listín telefónico. Alguien en Corea me dió ese nombre. Y lo perdí durante 30 años.
Mi nombre coreano es una parte muy real de lo que soy. Ya no lo rechazo ni lo oculto. Apreciaré toda la información que pueda conseguir sobre mi vida, porque una parte muy grande de ella ha sido borrada.
Fotografía de Cuban1963 (Flickr)
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