miércoles, 15 de febrero de 2012

Sin esperanza de ser adoptados...

Fuente:  El País (10 de febrero de 2012)


La foto premiada de los niños de un orfanato sin esperanzas ya de ser adoptados, ha despertado en mi memoria dos casos vividos en primera persona hace años: uno terrible y otro afortunadamente feliz.
Branco(Foto premiada do globo
La foto premiada por la Asociación de Magistrados Brasileños, del periodista de O Globo, Sérgio Marques, fue tomada en el asilo de huérfanos Casa de Ismael de Brasilia y muestra a esos niños sin esperanza de conseguir un hogar, tapándose la cara con las manos. Hasta sonríen.

Es uno de los dramas de la adopción en un país como Brasil, uno de los que más facilitan la posibilidad de dar un hogar a esos niños abandonados. En efecto, aquí pueden adoptar un niño desde recién nacido hasta mayor de 18 años, casados, solteros, divorciados, y hasta parejas viviendo en concubinato. Y homosexuales, estos últimos si el juez lo autoriza.
En Brasil hay 80.000 niños en orfanatos y 8.000 listos para ser adoptados. Menos que familias en fila para ofrecerles el calor del hogar. Eso, porque la mayoría de los que desean adoptar quieren que sea recién nacido y si es posible varón.
¿Y los otros? Los otros, explica una de las voluntarias que trabajan en el orfanato donde fue tomada la foto premiada, cada año que pasa van perdiendo más la esperanza de que alguien los escoja. “Cada año que pasa, les miro a los ojos y constato con tristeza: un año menos de esperanza”.
En la ley de adopción de Brasil existe una cláusula férrea, irrevocable: la adopción no tiene posibilidad de vuelta atrás. En el caso de que una familia sin hijos que haya adoptado a un niño abandonado venga a tener un hijo propio, por ningún motivo podrá devolver el adoptado al orfanato.
Y aquí entra mi historia triste y terrible. Cuando yo trabajaba en Italia para la TV RAI, me encargaron hacer un reportaje sobre “La soledad del hombre moderno”. Me fui con el equipo televisivo a Milán, ciudad industrial y por tanto donde más se concentran todo tipo de soledades modernas.  Allí entrevisté a prostitutas, drogadictos, estresados hombres de empresa, desempleados, divorciados etc. Fue sin embargo en Florencia, a la orilla del rio Arno, donde entrevisté a un joven de 16 años que había tentado el suicidio. “Las pastillas eran amargas, muy amargas, pero volveré a probar”, me dijo sin inmutarse.
 Me contó su historia, mientras el operador recogía la imagen de su cara reflejada en las aguas del rio.
Su sueño en el orfanato, me dijo, había sido desde muy niño, encontrar una familia, para poder tener unos tenis y amigos. Pasaban los años y nadie lo quería. Un día llegó el milagro: una familia se lo llevó. No se lo podía creer. Creció un tiempo feliz en aquel hogar y pudo tener sus tenis nuevos. De repente, su madre adoptiva tuvo un hijo suyo. “Ahora no podemos tenerte más en casa. Tienes que volver al asilo”. Y dicho y hecho. El muchacho no se volvió al orfanato. Se compró un tarro de medicinas y probó el suicidio. Lo salvaron por milagro.
Con aquella historia golpeando mi conciencia me volví a Roma para montar el reportaje. En mis oídos quedaron gravadas aquellas palabras finales: “Volveré a intentarlo”.
Llegó el día de la RAI presentar en anteprima el programa para amigos y artistas. Media hora antes me llegó una llamada de teléfono desde Florencia en la que me informaban que el joven entrevistado “había vuelto a tentar el suicidio y había muerto”.
Tuvimos el tiempo justo para colocar una nota anunciando la muerte del muchacho. Aún tengo en mis oídos el silencio hecho piedra que se produjo en la sala cuando después de la entrevista apareció el anuncio de su muerte.Duro, muy duro.
La otra historia feliz, fue la de un matrimonio amigo mío sin hijos. Eran dueños de una pequeña editorial en Roma. Adoptaron dos hermanitos peruanos de un orfanato de Lima. No se conocía su edad. Un médico la dio por aproximación analizando las plantas de sus pies. Unos ocho y nueve años. Como su lengua era el español me pidieron que les esperara en casa cuando llegaran con ellos de Perú para que pudieran escuchar a alguien hablando castellano y se asustaran menos.
Acostumbrados a robar y ser robados en el asilo donde estaban, corrieron a esconder un turrón que les había dado por miedo a que sus nuevos padres se los pudieran robar.  

“No fue fácil nuestra decisión”, me contaron mis amigos años después. Pero estaban felices los cuatro. Los chicos habían hecho una intensa psicoanálisis; habían estudiado en la Universidad. El varón literatura, para trabajar con el padre en la editorial, la chica, Psicología. Les encontré una vez y me dijeron: “Hoy pensábamos que hubiese sido la vida para nosotros, sin nuestros “nuevos padres”
Lo que sí se es lo que fue la vida, o mejor la muerte, del chico italiano rechazado después de haber sido adoptado.

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