miércoles, 12 de octubre de 2011

La adopción de niños mayores: algunas experiencias de familias argentinas

Clic para ampliarFuente: ElDia.com (9 de octubre de 2011)

Muchas parejas optan por formar una familia sin importar la edad de los chicos que adoptan. Historias en La Plata de una realidad que no es tan rara como se cree
Las vidas de Atilio Senigagliesi y Nicolás Benítez no podrían ser más distintas. La de Atilio, dedicada casi por completo a la abogacía, es hoy una vida sin sobresaltos y al amparo de una jubilación; la de Nicolás, que tiene 18 años y nunca conoció a su papá, ha sido mayormente la vida a la intemperie de un chico de la calle. Así de distintas, ambas se encontraron sin embargo en marzo de este año cuando una conocida en común los presentó. No se parecen en nada pero los une el mismo deseo, el de tener una familia; y con ese deseo van camino a convertirse en padre e hijo.
abre comillasYa al cumplir los once años, las chances de un chico de encontrar una familia adoptiva se reducen a menos del 1% de los interesados en adoptarcierra comillas
Si tener un hijo implica siempre un desafío, decidir adoptarlo siendo éste ya grande constituye un reto que muy poca gente parece hoy dispuesta a asumir. Es así que ya al cumplir los ocho años, las chances de un chico de encontrar una familia adoptiva en nuestro país se reducen al 5% de los candidatos inscriptos en el Registro de Adopción; y al pasar los 11, a menos del 1% de ellos.
Aunque los reparos que existen en torno a la adopción de chicos grandes son diversos y absolutamente legítimos, muchos especialistas aseguran que en su mayoría están fundados en prejuicios: el prejuicio de que las experiencias de abandono vividas por esos chicos no se pueden superar, el prejuicio de que a determinada edad ya es muy difícil educarlos en los propios valores, o incluso el prejuicio de que no llegan jamás a amar a sus padres adoptivos.
Prejuicios o no, el hecho es que "la paternidad, tanto biológica como adoptiva, nunca ofrece seguridades plenas; es siempre una aventura", sostiene la licenciada Martha Caselli, a quien treinta años de experiencia en adopción le han enseñado que "las adopciones de chicos grandes resultan en general muy exitosas". Ahí está para reafirmarlo la historia de Atilio y Nicolás, o la de Sabrina y Gustavo Forte con sus hijas Máxima y Ayelén, historias que muestran que cuando existe el deseo compartido de tener una familia, todo lo demás son meros escollos.
ATILIO Y NICOLAS
Bajo tutela judicial desde muy chico, los primeros recuerdos de Nicolás Benítez son los de un instituto de menores de Wilde del que apenas se acuerda porque su infancia transcurrió más bien en la calle. Con un padre al que no llegó a conocer y una madre que nunca se ocupó verdaderamente de él, se crió en Avellaneda comiendo lo que podía y durmiendo en trenes hasta sus doce años, cuando la Justicia resolvió volver a internarlo como una medida de protección.
Tras cuatro años en un hogar asistencial de Longchamps y ya a una edad en la que los chicos difícilmente llegan a ser adoptados, Nicolás decidió escaparse para volver a la calle. Pero aún así siguió en contacto con Gloria, la mujer que había sido su madrina en el hogar y quien le hizo llegar a principios de este año una inesperada propuesta: alguien quería conocerlo y tal vez convertirse en su papá. Aunque a meses de cumplir la mayoría de edad y con su causa asistencial ya cerrada, Nicolás aceptó.
"Empezamos a escribirnos por correo electrónico. Gloria, que comparte conmigo un grupo de Facebook sobre adopción, me había hablado muy bien de Nicolás y me dieron ganas de conocerlo. No me importaba que fuera grande, porque a mi edad nunca se me hubiera ocurrido adoptar a un nene chiquito", dice Atilio, que tiene 61 años y vive en Los Hornos.
"La situación era rara, pero nadie me obligaba a nada; podía quedarme en la calle o podía tener una hogar, no sé... quise ver cómo era...", dice Nicolás tratando de explicar lo que lo llevó aceptar la propuesta de ser adoptado y mudarse a la casa de Atilio en mayo último, a semanas de alcanzar su emancipación.
Hoy dos adultos con historias distintas y tratando de convertirse en padre e hijo, no cabe entre Atilio y Nicolás hablar de emociones. Pero a falta de palabras, algunos gestos parecen suficientes para hacer posible su mutuo deseo de conformar una familia. En agosto último, Nicolás rindió por pedido de Atilio dos de las tres materias que le quedaban pendientes para completar noveno año. Atilio lo llevó entonces, por primera vez en su vida, a jugar al fútbol en un club. Entre los dos acaban de presentar el pedido de guarda tutelar preadoptiva, el primer paso para formalizar su familia.
AMOR A PRIMERA VISTA
Como muchas parejas que deciden adoptar hijos, Sabrina Longas y Gustavo Forte respondieron casi automáticamente que deseaban un bebé cuando en 2008 el personal del juzgado les preguntó por el perfil de niño que aceptarían en adopción. Sin embargo al enterarse de que tal vez pasarían diez años antes de que pudieran ver materializado ese deseo, empezaron a considerar la idea de adoptar un niño más grande, aunque no sin algo de miedo.
"Nos preguntábamos si le sería posible a un chico más grande integrarse a nosotros, qué lugar ocuparíamos en su vida, cómo nos vería como padres... Pero lo cierto es que esos miedos estaban más en nosotros que en la realidad; cuando tenés la realidad enfrente los miedos se van. Además, si hubiéramos sostenido esos miedos nos habríamos perdido esto. Jamás me lo hubiera perdonado", dice Sabrina, que es psicóloga.
"Esto" es lo que ocurre alrededor de la mesa del comedor de la casa de Los Hornos donde tiene lugar la entrevista: Máxima, de 8 años, y su hermana, Ayelén, de 6, juegan y se ríen despreocupadamente aunque son conscientes de que se está hablando de ellas. Pero "ésto" es también lo que Sabrina y Gustavo sienten al observarlas jugar así; lo mismo que sintieron hace dos años cuando las vieron por primera vez en un hogar convivencial de El Pato entre un montón de otros niños: "amor a primera vista", dicen.
Propio de una historia de amor, la de los Forte y sus hijas estuvo "plagada de señales". "Era el día del cumpleaños de Sabrina cuando nos llamaron del Hogar Nomadelfia para decirnos que había dos hermanitas a las que tal vez nos interesara conocer. Fue automático, apenas nos contaron de ellas nos largamos a llorar porque sabíamos que eran a ser nuestras hijas", cuenta Gustavo, que trabaja en una concesionaria de autos.
El hecho es que así como ellos supieron que iban a ser sus hijas, Máxima y Ayelén los eligieron como padres. "Ya al tercer encuentro que tuvimos con ellas nos llamaban mamá y papá sin que nosotros se lo hubiéramos pedido. Es una de las ventajas de adoptar chicos más grandes: conociendo su historia, ellas eligieron otra cosa: nuestra familia. De hecho, las dos nos viven diciendo que hubieran querido nacer de mi panza y nosotros les decimos que nacieron de nuestro corazón", relata Sabrina.
El vínculo entre las chicas y sus nuevos papás se dio con tanta naturalidad que en noviembre de 2009, apenas dos meses después de haberse conocido, ya obtuvieron el egreso del hogar y en diciembre de 2010 la sentencia de adopción. Durante ese tiempo, una canción infantil que sonaba constantemente en la tele, les ayudó a compartir lo que todos sentían en aquella casa; "los niños llegan al mundo de diferentes maneras/ llegan y cambian la vida de aquellos que los esperan/ no importa de dónde vengan, qué idioma traigan sus venas/ si tus ojos se emocionan sabés que valdrá la pena", canta Sabrina y al observar a sus hijas dice que volvería a elegirlas todos los días de su vida.

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