Llevar un niño mayor de 4 años a casa implica compromiso y respeto por la historia del menor.
Cuando un niño mayor de cuatro años llega a su nuevo hogar por medio de la adopción, el verdadero reto para sus padres es poder empezar de cero con él y construir un vínculo real y fuerte, más allá de los prejuicios que lo pueden encasillar como un menor 'problema', con traumas y manías difíciles de manejar.
Si bien es cierto que a esa edad ya tiene una historia de vida que recuerda y que en la mayoría de los casos ha sido complicada -por abandono, maltrato o muerte trágica de sus padres biológicos-, también lo es que en las instituciones especializadas se revelan previamente estas condiciones a los futuros padres adoptivos, para evaluar si pueden tolerarlas o no.
Lo mejor, y así se hace tanto en el Icbf como en las instituciones privadas, es preparar a los nuevos padres y fortalecer su salud mental para las pruebas a las que, seguramente, los va a someter su nuevo hijo.
Él, por lo general, querrá comprobar si en ese hogar se le quiere o no, algunas veces pondrá en duda las normas de autoridad; en ocasiones impedirá el contacto físico (más si fue víctima de rechazo o maltrato), se resistirá a decirles "papá" y "mamá" o, incluso, tendrá más empatía con alguno de los dos y, sin querer, tenderá a dividir la pareja.
"Esos comportamientos son normales, pues el niño intenta imponer su manera de ser en ese nuevo espacio y tiende a generar un conflicto. Lo importante es saber que este tipo de relaciones se construyen poco a poco y que es el adulto el responsable de hacerlas sólidas, pues el menor, por su condición, no tiene las herramientas para hacerlo", dice Pilar Azuero, preparadora y evaluadora de padres, de La Casa de la Madre y el Niño.
Las profesionales sugieren ser muy observadoras, tratar de conquistar al niño y sintonizarse con él, como cuando una pareja empieza a bailar y a pesar de que se den pisotones al principio, encuentran su ritmo común y disfrutan de la música. Pero no hay una fórmula mágica. Lo único cierto es que desde que el niño llega a su nuevo hogar ya forma parte de él, con todas las características físicas y los rasgos de su personalidad.
Como lo asegura Gina Gil, psicóloga de la regional Bogotá del Icbf, "lo más importante es asegurarle que esa, su nueva familia, va a ser incondicional con él siempre, a pesar de los errores que cometa o de las pataletas que haga, y cumplirle esa promesa".
El proceso de adaptación de un niño a su nueva familia dura lo que se demora en generar empatía con ella. Algunas veces es inmediata y en otras, aunque haya tropiezos en el camino, los protagonistas de la historia hasta terminan pareciéndose a sus padres físicamente en rasgos y ademanes, y los niños, siendo líderes en el colegio y en su grupo de amigos.
"Es cuestión de voluntad y paciencia. El niño que llega no pertenece originalmente a la familia, pero se vuelve parte de ella, como cuando una pareja se casa: no son de la misma familia, pero por medio del amor se acostumbran a vivir juntos", dice Inés Elvira Cuéllar, coordinadora de familias adoptivas de La Casa de la Madre y el Niño.
Ventajas para los padres mayores de 40 años
Las ventajas de adoptar un niño mayor de 4 años son innumerables, en particular para aquellos padres de más de 40 años, que ya no tienen la energía ni disponibilidad de lidiar con un recién nacido.
El niño mayor de cuatro años enriquece la vida de su familia adoptiva con su carácter y sus historias, a esa edad ya tiene bien definida su personalidad y se puede identificar con claridad su cuadro de antecedentes médicos, es más independiente pues come solo, va solo al baño, se viste sin ayuda de nadie y disfruta planes que los bebés aún no conocen. Y lo más importante, anhela ser adoptado e iniciar de cero su historia de vida con unos padres que lo quieran y lo respeten.
LO QUE SÍ SE DEBE HACER
Los profesionales sugieren Aprender a oírlos y a conocer su vida pasada, por más traumática y conflictiva que esta haya sido. Construir en familia el concepto de que la adopción es positiva y de que al niño lo esperaron con amor y lo aceptan como es. Permitir, sin exagerar, egresiones que los niños tienen cuando inician la nueva vida: mojarse en la cama, tomar tetero, que lo alcen como a un bebé. Compartir la hora de la comida con su hijo. Celebrar un ritual para legalizar la presencia del niño en la familia y que todos lo reconozcan como nuevo miembro.
Poner límites con cariño para ayudarle a que se convierta en un adulto seguro e independiente. Dejarlo opinar sobre las actividades que quiere hacer con sus padres: ir al parque, pintar, leer, jugar, ver televisión, etc.
Padre y madre deben alternarse los roles para cuidarlo. Q ue los dos se comprometan con la responsabilidad de tener un nuevo miembro en la familia. Apostarle a que confíe en sus padres y que los abuelos, tíos y primos no intervengan tanto.
Evitar al máximo decirles a todo que sí, por pesar o por compensar el sufrimiento de su vida anterior. Lo mejor es que cree rutinas y un orden en la casa. Reaccionar frente al niño si dice cosas como "no te quiero", "no eres mi mamá", "eres fea, mala". Ese tipo de expresiones son normales en el período de adaptación y deben asumirse racionalmente.
Ponerlo al día abruptamente en actividades con las que el niño no está habituado. Eso genera rechazo y miedo a lo desconocido. Al menos al principio, llevarlo a reuniones familiares grandes en donde todos quieren consentirlo y demostrarle su cariño en exceso. Esperar que el niño actúe de acuerdo con las expectativas o necesidades del adulto.
Decir que no es su hijo, pues desde el momento en que lo adoptó asumió su paternidad. Tratarlo como adulto, no importa la madurez ni la edad que tenga, sigue siendo un niño. Amenazarlo con el abandono si no se porta bien; eso desencadena reacciones fatales.
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