Se complican las cosas para la pareja asturiana acusada de maltratar al menor de sus tres hijos adoptados en Colombia. La fiscal podría requerir su presencia e imputarles de un supuesto delito de violencia intrafamiliar con el agravante de que los agredidos eran hijos adoptivos. Según declaró ayer Ricardo Velásquez a EL COMERCIO, «los padres advirtieron a los niños de que hicieran sus necesidades antes de salir de paseo. Al parecer, los chiquillos no tienen mucha educación. El pequeño no obedeció e hizo caca en el ascensor. El padre lo regañó, lo reprendió con una cachetada, pero no fue un castigo violento. Jamás tuvo intención de golpearlo».
Según ha podido saber ese diario, la fiscalía «está preocupada por las secuelas psicológicas de los pequeños y sus posibilidades de recobrar su fe en los adultos después de haber sido abandonados dos veces». En este sentido, pedirá que «no sólo se estudie la capacidad económica de los padres, sino también las psicológicas y físicas», puesto que, según indicaron las mismas fuentes,» ambos tienen más de 50 años».
Podría ser, por lo tanto, que este incidente afecte de alguna manera a las futuras adopciones de niños en Colombia. Lo cierto es que cuesta aceptar que unos padres adoptivos hayan podido tener tan poca paciencia con su hijo durante los primeros días de su relación, cuando más agradable y apasionante es la aventura de adoptar. Por otra parte, parece muy naive por parte de estos padres el haber pensado que esos tres niños, que quién sabe qué vida habían llevado hasta entonces, iban a estar perfectamente educados. Se percibe en este caso una nula preparación de los padres adoptivos para la tarea que en la que se habían metido y se pone de manifiesto la necesidad de insistir en los cursos de formación de los futuros padres adoptivos. Un hijo adoptivo no es lo que nosotros queremos que sea, si no lo que es y así debemos aceptarlo, intentando sacar lo mejor de él o de ella con cariño y paciencia, pero desde luego, no a bofetadas.
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